La revolución 2.0 nos exige tomar partido

En el corazón de la famosa revolución 2.0 se esconde una vieja contradicción, yo diría tan vieja como la humanidad misma: colaborar o competir. Y parece, como tantas otras veces, que la colaboración está obteniendo algunos puntos de ventaja. Sin embargo la situación no es tan sencilla (por lo menos no tanto como algunos “gurúes” digitales nos quieren hacer creer).  El poder de la competencia arremete con todas sus fuerzas contra sus pares empresarios colaborativos y los anónimos individuos hormiga que luchan por democratización de la red. Ahora van por Cuevana, ayer fue Library.nu, megaupload y hace un tiempo napster. “No te sumes o mañana iremos por vos” parece ser el mensaje. Y acto seguido apresan a miembros de Anonymous o te piden que pagues por ese disco en mp3 que te paso un “amigo”.

Digamos que la antinomia colaborar o competir se traduce muy bien en el par “conservar las cosas como están pero lavarles la cara con un poco de tecnología versus cambiar las reglas del juego hasta el punto de cambiar el juego mismo”. Y en este punto se caen muchos velos y se complica el tablero. Porque Facebook, Google, Apple, Twitter y los demás gigantes son, digámoslo de una vez, empresas cuyo fin es ser exitosas en términos comerciales.  Es decir que compiten entre ellas (y nos hace competir a nosotros para tener más «amigos» o «seguidores») ¿O acaso alguien cree que efectivamente Facebook es un país? Lo que intento explicar es que todos los desarrollos tecnológicos que nos brindan estas empresas no son otra cosa que herramientas con un crecimiento más veloz, es cierto, que la imprenta, radio o la  televisión, pero igual de manipulables por el interés que marque (o se le marque a) la mayoría. Por esto hay que preguntarse ¿colaborar con qué fin?. Algo que tienen muy claro los millones de africanos que “usaron” a las redes digitales para denunciar a un genocida, o para hacer una revuelta popular en el medio oriente.

“La técnica por sí sola no ha de producir el progreso de su utilización” decía Goéry Delacote en su libro “Enseñar y Aprender con Nuevos Métodos” allá por fines de los años 90. Y hoy nos sirve su afirmación para entender que necesitamos participar verdaderamente como ciudadanos digitales para inclinar la balanza hacia el lado de la colaboración. No debemos dejar que una actitud de «webvidente» convierta a esta revolución en un cosmético. Por eso los invito a leer a Alvin Toffler, quien en 1970 escribía en el “El Shock del Futuro”: “La revolución implica novedad. Vierte un alud de innovación sobre las vidas de innumerables individuos, enfrentándolos con instituciones extrañas y con situaciones de primera mano. Influyendo profundamente en nuestras vidas personales, los cambios que nos esperan transformaran las estructuras familiares tradicionales y las actitudes sexuales. Hará añicos las relaciones convencionales entre viejos y jóvenes. Derribarán nuestra escala de valores en lo tocante al dinero y el éxito. Alterarán el trabajo, el juego y la educación más allá de lo concebible. Y harán todo esto en un contexto de adelanto científico espectacular, bello y, sin embargo, terrorífico. Si la transitoriedad es la primera clave para comprender la nueva sociedad, la novedad es la segunda.”

Estas fueron mis ideas de hoy para armar una confusión general que nos haga pensar.